Mis dos hijos

[av_submenu which_menu=» menu=’173′ position=’center’ color=’main_color’ sticky=’aviaTBsticky’ mobile=’disabled’]

[av_heading tag=’h3′ padding=’10’ heading=’Mis dos Hijos’ color=» style=» custom_font=» size=» subheading_active=» subheading_size=’15’ custom_class=» admin_preview_bg=» av-desktop-hide=» av-medium-hide=» av-small-hide=» av-mini-hide=» av-medium-font-size-title=» av-small-font-size-title=» av-mini-font-size-title=» av-medium-font-size=» av-small-font-size=» av-mini-font-size=»][/av_heading]

[av_textblock size=» font_color=» color=» av-medium-font-size=» av-small-font-size=» av-mini-font-size=» admin_preview_bg=»]
Así fue Felipe Montes de Oca y así fue toda la familia y así nos hemos criado y vivido todos; los niños no conocían otros cuentos ni otras historias que las narradas en el ceno de la familia sobre las guerras de independencia y las peripecias de las luchas en que participaron nuestros familiares.

Por la parte materna el espíritu de lucha se manifiesta muy parecido, mi abuela materna era una mujer de pelo en pecho. como se decía entonces, tenía doce hijos, a los mayores los incorporó a la contienda y a los más pequeños los llevó para Méjico hasta que terminó la guerra.

Mis padres se unieron en matrimonio poco después de la guerra y se establecieron en San Juan y Martínez donde tuvieron diez hijos de los cuales yo soy la tercera. Mamá murió a los treinta y nueve años de edad, era una mujer muy sencilla, de débil complexión física y de la casa, se tuvo que hacer cargo mí, tía Elisa, quien nos cuidó hasta que nos fuimos casando y formando nuestras propias familias.

Mi infancia fue muy feliz, sobre todo porque tuve unos padres extraordinariamente comprensibles, el ambiente familiar era agradable y de extraordinaria armonía, lo que contribuyó a que la juventud fuera en iguales condiciones. Aunque a veces las cuestiones económicas influían con determinadas condiciones, no fue una juventud a la que tengamos que reprocharle muchas cosas.

Lo más bello de todo fue conocer a Luís, de una manera casual pude conocer la experiencia del amor a primera vista. Desde ese momento mi vida era una ilusión. ¡Para qué decir!. Luis hablaba muy bonito, era soñador, romántico y todo aquello me hizo vivir un mundo de completa felicidad. Todo en la vida se encerraba en aquel amor como el que vive entre nubes y sueños maravillosos. ¡Era tan lindo!.

El amor ha hecho milagros increíbles y a él debemos todo ese afán de vivir, vivir por encima de todo.

Luís fue el primer hombre en quien me fijé, mi primer amor, mi esposo, mi compañero de toda la vida.

Nos casamos notarialmente y fuimos a vivir a la casa de los padres de Luis, provisionalmente pero, el tiempo pasó y nos quedamos alrededor de 3 años en un ambiente que no difería en nada del que había conocido en mi propia casa, me entregué a aquella familia como si los hubiese conocido de siempre. Los padres de Luís fueron para mi unos nuevos padres, en todo, incluso en la crianza de mis hijos.

Desde 1933 en que nos casamos hasta que nació Luisito fue uno de los períodos más bellos de mi vida; el matrimonio hizo de mí a la mujer más satisfecha de la tierra, todo era bello, el optimismo nos inundaba hasta que fui embarazada. Nunca pensé ver tantas transformaciones en poco tiempo. La vida se me llenó pletóricamente, a tal extremo que considero esa la etapa de mayor felicidad que halla vivido. Hice una maternidad toda ilusionada, inmersa en la canastilla, que la hice a mano; en la casa existía un ambiente de fraternidad y expectativa que nos hacía aún más felices.

El día 4 de noviembre de 1938 la vida me hizo vivir uno de los momentos más indescriptibles que, creo, exista para toda mujer que pasa en pocos minutos a su condición de madre. El nacimiento de un hijo consolida todos los sueños y las ilusiones en una acción única de vivir, vivir alegre, vivir por sobre todas las cosas del mundo.
Dos veces puedo hablar de estos sentimientos, pues al nacer Sergio sentí las mismas sensaciones, los mismos deseos de unir cada vez más a la familia, el mismo amor. No obstante, fue una experiencia diferente, ya que el parto de Sergio fue mucho más acorde con su carácter, que se manifestó al nacer. Impetuoso, fuerte, inquieto. Así fue toda su niñez y su juventud.

¿Hablar de una vida feliz?. Para mí lo fue la vida que hicimos en familia, cuatro seres humanos totalmente satisfechos, plenos del amor necesario para hacer del mundo un lugar maravilloso. Los niños crecían en una hermandad de profundas raíces; todo era igual para los dos, las atenciones y los cuidados eran repartidos a partes iguales y en reciprocidad, era extraordinaria la compenetración que ellos alcanzaban en el devenir de los días. Después de mayores se acostumbraron a discutir, como todos los hermanos, pero siempre con los principios del respeto mutuo. A eso le enseño Luís que era a quien ellos más se apegaban. Parece que como eran del mismo sexo quizás determinaba el que Luís hablara mucho más que yo con ellos. En verdad, siempre admiraron mucho a su padre, a quien veían como un ejemplo de seriedad y entereza. Yo creo que si hubiera sido celosa, mis mayores celos los hubiera sentido por el cariño, el respeto y la admiración que mis hijos sentían por su padre.

La formación que iban recibiendo se basaba fundamentalmente sobre los hábitos del ceno de la familia y sobre todo por la ética y la moral que Luis siempre representó. Fueron unos discípulos activos y fervientes de la obra martiana, leían mucho, de todo, pero sus preferencias eran los libros de carácter, libros que les aportaran conocimientos serios y los buscaban donde quiera que estuvieran. A la vez se convertían en críticos de los que se avenían a sus intereses. Eso sí, su línea de medida era la obra de José Martí. En ello influyó profundamente la guía de Luís que les orientaba constantemente al respecto.

La etapa de estudiantes de mis hijos fue de una constante expectativa, cada uno era muy preocupado por lograr vencer las asignaturas, pero sobre todo con sus conocimientos, no fueron jóvenes a los que había que insistirles mucho sobre una materia u otra. Ellos acostumbraban a estudiar diariamente y profundizaban en cada tema con una extraordinaria vehemencia, no fueron finalistas, ni genios, por supuesto.

A pesar de ello se comportaban como jóvenes comunes, supieron disfrutar su juventud, a su manera, pero la disfrutaron. No con pretensiones ni ínfulas de superioridad, hicieron siempre las cosas de acuerdo con su edad, como las hacían todos los jóvenes de su época, incluyendo las maldades. Era algo de lo que no tuvimos, como padres, que reprocharles. Ellos tenían muchas amistades, iban a fiestas, sobre todo Sergio que era bailador, les gustaba la playa, divertirse, hacer poesía, se enamoraban. Mi visión exacta era la de una madre satisfecha de sus hijos. Satisfecha por sus condiciones humanas y satisfecha de mí misma, en mi condición de madre.

Entre los hábitos que les enseñamos con mucho acierto fue el de la planificación del presupuesto familiar y eso influyó mucho para que ellos fueran exigentes en las cuestiones económicas. Cuando cobrábamos nuestros sueldos los dividíamos para las cosas más importantes de la casa, así se dieron cuenta de que esas eran nuestras condiciones de vida, ya que no podíamos depender de nada más. Nuestra familia no poseía propiedades ni cuentas bancarias. éramos unos sencillos asalariados, con cierta holgura, pero asalariados. Además Luís no permitía prebendas de nadie, ni regalos, ni nada.

A pesar de todas las limitaciones pudimos hacer dos viajes a los Estados Unidos, para premiarlos de alguna forma por sus éxitos en los estudios, a ellos les gustaba mucho viajar y nuestros ahorros los destinábamos para eso. En el último viaje tuvimos la oportunidad de ir desde Miami hasta Nueva York por carretera y eso ellos lo pudieron aprovechar al máximo, pues entrábamos en los pequeños pueblos y, vieron las condiciones en que vivían los negros y los campesinos. En cada lugar indagaban, establecían conversaciones con personas locales, visitaban todos los lugares históricos. Ello contribuyó extraordinariamente a que comprendieran las injusticias sociales de aquel país que visitaban como si fuera lo mejor del mundo. Allí maduraron mucho, comprendieron mejor las obras de José Martí y sobre todo, se dieron cuenta de que Cuba no podía contar con los E.U. para nada. En todos los comentarios que hacían decían con tremenda firmeza que Cuba tenía que hacer una revolución martiana y socialista, que no había otra solución, sino borrando todas las estructuras del sistema establecido y eso sólo se podría lograr con una Revolución Socialista.

Al pasar el tiempo fui dándome cuenta de que se iban desvinculando de las cosas más comunes de los jóvenes y comencé a inquietarme ya no les gustaban las fiestas, los bailes, siempre estaban con una seria preocupación hacia los problemas políticos, tanto nacionales como internacionales, hablando del futuro del país, del futuro del pueblo. Esa era una preocupación que los llevaba a la tristeza en ocasiones. Hasta que un día me decidí y le pregunté a Luisito: -Ven acá hijo mío, ¿Es que nosotros no hemos logrado hacerlos felices a ustedes?. ¿Es que ustedes añoran algo que no les hemos podido dar?.

Con el cariño que le caracterizaba me respondió, tratando de consolarme: -No mamá, de ustedes no podemos pedir más, yo se que a ti, sobre todo, te gustaría vernos alegres; pero no se puede ser feliz en un país que vive en las condiciones de Cuba, lo que no puede hacernos felices es el sistema en que vivimos.

Nuestra casa comenzó a convertirse en un lugar de reuniones, se discutía mucho de política, sus amigos venían a hacer tiempo y acababan hablando del gobierno, de las ideas sobre el futuro de Cuba y sobre el papel que ellos les tocaría en ese futuro.

Poco a poco se fueron metiendo con más seriedad en las cosas de la insurrección, cada vez que había algo en el Instituto, Luís y Sergio andaban por allá, llegaban haciendo comentarios sobre las actividades que realizaban, a eso los enseñamos, a tener confianza en nosotros. Fue por ellos mismos que nos enterábamos de las cosas que hacían en Pinar del Río.

La vida subversiva de Sergio fue más conocida por nosotros que la de Luís, ya que al estar en la Universidad de La Habana no podíamos tenerlo controlado, de todas las actividades de Luisito nos fuimos enterando después, en contacto con sus compañeros de lucha.

Sergio no paraba en San Juan, ni en Pinar, siempre estaba enfrascado en actividades, cuando no era una protesta, era una huelga, otras eran sabotajes, pero vivía en un hervidero cotidiano. En varias ocasiones se trasladó a La Habana y llegaba a la casa cargado de propaganda. Se la amarraba al cuerpo. Luego la  distribuía en el pueblo.

Seguían las reuniones en la casa, se preparaban artefactos para los sabotajes, etc. En una ocasión le preguntó a Sergio si ellos tenían «fósforo vivo» claro, en esos días se habían quemado muchas cosas de tabaco, por los campos de aquí. Sergio me dijo que no, que ellos no usaban eso, pero, una noche fui al baño y noté un punto luminoso en el bidel, parecía un cocuyo, bueno, no le di mucha importancia, y al poco rato las llamas llegaban al techo. Que trabajo para apagar aquello, entonces fui a la cama de Sergio, que dormía, y le dije: -Niño tú decías que no tenías el «fósforo vivo», por poco se quema la casa; y él me respondió: -No querías verlo, pues ahí lo tienes, ya se conocen.

Entonces comprendimos que ya era una lucha abierta, tanto Sergio como Luís estaban comprometidos al máximo en la guerra contra Batista. Aquello no era vivir, ni sedantes, ni nada me tranquilizaba. El desvelo más grande del mundo es el de una madre que instuye el peligro que corren sus hijos.

El tiempo de Luisito en la Universidad fue terrible, todos los días llamábamos por teléfono y cuando habían noticias de manifestaciones, la zozobra era mayor hasta que hablábamos con él. La casa nuestra siempre estuvo vigilada por la guardia del pueblo, ellos sabían muy bien que mis hijos y sus compañeros estaban conspirando, pero nunca se atrevieron a registrarla, era la casa de un juez.

En cierta medida, el regreso de Luisito cuando cerraron la Universidad fue un alivio, pequeño, pero en fin era  un alivio. Por poco tiempo claro, porque Luís se vinculó al Movimiento 26 de Julio y siguió la conspiración. Ellos tuvieron siempre la convicción de que había que luchar, luchar con todas las posibilidades. En ellos se podía ver con diáfana claridad la entrega total a la Revolución. Estaban convencidos de que aquello les podía costar la vida. Muchas veces trataban de convencernos de la seriedad de los peligros. ¡convencerme a mí, como si yo no lo supiera; si en realidad ya no vivía!. Cada momento era propicio para que nos llegara la mala noticia. Cada día estaba lleno de una incertidumbre, una intranquilidad que no sabíamos lo que iba a pasar.

La situación estaba cada vez peor, la policía arreciaba la represión, ya no se respetaba a nadie.

Después de los sucesos del 13 de Marzo, cuando la F.E.U. atacó el Palacio Presidencial, todo se transformó en una lucha sin cuartel. La participación de Sergio y Luis en los entierros de sus compañeros caídos, les fueron señalando más y más. Ya eran cuadros del Movimiento 26 de Julio en San Juan y por aquí se había realizado una ofensiva contra el régimen, sobre todo contra las instalaciones de la «Cuban Land».

Yo sabía que aquel era el clímax de la lucha, que ya no descansaríamos más, hasta que se tumbara aquel gobierno asesino de tantos y tantos jóvenes. Una de las noches que ellos demoraban mucho en llegar, salí en su busca, a través de un compañero pude saber donde estaban y me senté en el portal de una casa cercana hasta que terminaron la reunión que se efectuaba. Al salir se asombraron, no podían imaginarse mi estado, pero trataron de tranquilizarme un poco. Al llegar a la casa Luis y yo nos sentamos a explicarles en qué condiciones estaba el país: ¡Como si ellos no lo supieran!. Sólo obtuvimos una respuesta, de ambos: -mamá, nosotros no podemos prometerles nada al respecto, ya hemos decidido darlo todo a la Revolución, y nada nos puede detener. Cada vez que sea necesario exponernos, así lo haremos, no hay alternativas. Ustedes deben ayudarnos en todo lo posible, sobre todo con su apoyo moral.

Agosto fue un mes muy difícil, salían, entraban, cada vez eran más fuertes los sabotajes, aquellos apagones eléctricos, bombas que explotaban en diferentes lugares del pueblo y la atmósfera caldeada en todos los sentidos.

El día 13, desde muy temprano, ellos salieron de la casa y estuvieron buscando cosas para una actividad que hicieron, creo que en la casa de Sora Fernández, yo no sabía nada del cumpleaños de Fidel. El resto del día fue normal hasta que se hizo la comida. Recuerdo que yo estaba fregando la loza y se me acercaron a darme un beso, pero les pedí que no salieran, que la cosa estaba mala, pero, no me dejaron seguir. Todo lo tiraron a juego, Luisito me dijo: Mami no te preocupes, si algún día te sentirás orgullosa de tus hijos, hoy es el cumpleaños de Fidel y lo vamos a celebrar con bastante ruido. Después me enteré de que iban a poner un petardo en un lugar del pueblo que sin producir daños personales, hiciera el ruido que querían.

Ellos salieron tan rápido que cuando salí al portal para ver si Luís había ido tras ellos, veo que Luís no está pero a la vez, muchas gentes corrían, todos salían de sus casas corriendo rumbo al cine. Yo también eché a correr, pensé en un fuego o algo así, algo grande tenía que ser, entonces sentí que una persona le decía a otra: ¡Pobrecita, no sabe que son sus hijos!. Si, recuerdo que al pasar por la casa de Aida pude gritar, iba con el pecho muy oprimido y allí pude gritar. Decir que puedo recordar aquellos momentos, es mentira, todo pasaba como  en una pesadilla, solo me quedan fragmentos aislados. Cuando llegué a la Casa de Socorro estaba de guardia Sergio, mi cuñado, y me detuvo en el portal, sólo pudo decirme: –Esther, tus dos hijos están muertos. ¡Que triste! ¡Que duro recibir una noticia así!. Todo se transforma en agonía, el dolor es tan profundo como la impotencia del llanto. Fue como sentirme sola eternamente. Y no era así, allí estaba todo el pueblo de San Juan y Martínez, allí estuvo siempre la fraternidad de mis coterráneos.

La ira del pueblo la tuvieron que aplacar con soldados y a golpes. Así tuvieron que disolver el grupo airado de los hombres y mujeres del pueblo que habían presenciado el crimen.

El velorio y el entierro de mis hijos fue del pueblo, no puedo decir otra cosa, la solidaridad de todos fue algo que siempre he agradecido a mis vecinos y a mis coterráneos. Sólo así los esbirros respetaron el entierro, aquello fue una extraordinaria manifestación de firmeza del pueblo sanjuanero. Creo también, que aquel asesinato en lugar de atemorizar a los revolucionarios, les enalteció más, todo se convirtió en una expresión de odio, de ira contra aquella tiranía despreciable. Tan es así que fueron innumerables las expresiones de condolencia por parte de todas las personas honestas del país; los que no lo pudieron hacer con su presencia lo hicieron a través de la correspondencia. Todo el que contribuyó, un poquito, a derrocar al tirano, también rindió homenaje a Luís y a Sergio.

A partir de que faltaron los muchachos, todo cambió, la casa fue objetivo fijo de la policía, siempre estuvimos vigilados a la vez que estuvimos atendidos e informados por sus compañeros de lucha: ¡Jamás nos han abandonado!.

Los últimos días de dictadura fueron irresistibles, eran muchos los crímenes, cientos, miles de madres orábamos porque cesara aquello. En ocasiones me paraba frente a las fotos de mis dos hijos y les pedía que siguieran luchando, que ayudaran en todo lo posible, que no cejaran en su empeño.

Hasta el día luminoso del triunfo de la Revolución, hasta ese mismo día, pensábamos que ellos volverían, que ellos estarían aquí de nuevo. Sólo con ese triunfo volvimos a la realidad, fue una cosa tan grande, inexplicable. Es algo que no se puede explicar. Ese dolor infinito de perder los hijos, como los perdimos nosotros, no se puede explicar.

Sólo la Revolución ha podido con su ejemplo explicar un poco nuestra pérdida.

En cada una de las acciones de la Revolución hemos ido encontrando explicaciones. Uno de los momentos más emocionantes lo fue el día que Fidel declaró el carácter Socialista de la Revolución. Allí estaban mis hijos, allí estaba la razón más preciada de sus muertes, allí se estaban enalteciendo sus figuras, porque eso era lo que ellos querían para su pueblo, para su patria. Esos eran sus más caros ideales. Fidel no los defraudó, no ha defraudado jamás el más mínimo de sus ideales. En Fidel siguen y seguirán viviendo mis dos hijos.

Junto a Fidel y a la Revolución Cubana, mis dos hijos pueden sentirse contentos y confiados. Este es el ejemplo más grande, más digno y más hermoso que se le puede brindar, no digo yo a un pueblo, sino al mundo, a la humanidad entera.

Ellos lo dijeron: -Si uno solo de nosotros vive, la Revolución triunfa y si ese uno es Fidel, la Revolución llegará hasta el final. Cuba será la Cuba del Mundo.

Esther Montes de Oca

(Fue maestra, profesora de secundaria básica, combatiente de la clandestinidad y militante del Partido Comunista de Cuba hasta el día de su triste fallecimiento)
[/av_textblock]