Carta de Juan Manuel Rivero

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Como dijera MARTI, al cual ellos tanto amaban «No olvida nunca el espíritu oprimido el día tremendo en que el cielo robó dos hijos a la tierra, y un pueblo lloró sobre la tumba de dos mártires…Adoramosa la patria en la fortaleza de sus hijos.Hoy hace un año que murieron para el mundo y nacieron para la gloria…Han muerto aunque presumimos que viven más desde que murieron…El honor y la justicia gimen con nosotros, con nosotros inclinan la frente sobre la tierra.

El culpable ha hallado en su impiedad el castigo, cuando se ha matado, cada día es de duelo, cada hora es pavor… cada ser que vive es un remordimiento. Los Cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra. Aún busca la madre en la sombra la sonrisa de sus hijos».

Aún intenta despertar con llanto la vida amada de los que partieron.

Nosotros amamos cada día más a nuestros hermanos de los que partieron.

Nosotros amamos cada día más a nuestros hermanos que murieron; nosotros no deseamos paz a sus restos porque ellos viven en las agitaciones excelsas de la gloria».

Hoy nosotros aquí les hemos rendido culto recordándolos intensamente y sufriendo por lo que ellos sufrieron, desde la mesa en que escribo, puedo ver como una promesa de libertad, como juramento de lucha lloroso por la importancia hasta ahora manifiesta un ramo de gladiolos que entre todos hemos comprado y a ellos hemos dedicado.

Hoy como nunca veo el bueno de Sergio con la candidez de su espíritu mirarme con sus ojos llenos de esperanza o ilusiones y diciéndome «cálmate Oriente, cálmate».

No se que es lo que aquí en medio de mi pecho yo siento… Yo lo único que puedo decir que cada día a la salida del sol me averguenzo al pensar que yo aún estoy aquí en tierras extranjeras sin hacer nada por la felicidad de mi patria y lo peor de todo… la certidumbre de que allá, en la tierra adorada a diario mueren y se desangran, abonándola, mis hermanos…pero en fin, ya todo lo que tenía que decir lo he dicho. «para mi ya es hora, ahora solo me resta morir allí, junto al último peleador, junto al último palo, morir cellado».

Reciban un beso de su hijo que llora los hermanos muertos y que no ha de cesar en la lucha.

JUAN MANUEL RIVERO
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