Carta de Dr. Luis R. Saíz.

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La versión recogida por mí, fue la siguiente: «Al filo de las siete y media de la noche de aquel infausto día, un sujeto vestido de civil acompañado de otro vestido en iguales condiciones y que más tarde fueron identificados como el soldado Margarito Díaz y el Cabo Pablo A. Zayas, que actuaban a las órdenes directas del Capitán de Guane, de apellido Pedraja, estuvieron en el Hotel Pan América inquiriendo «por los hijos del Juez» y al serle informado por un delator de que se encontraban en el portal del Cine Martha, se dirigió, el que fuera condenado más tarde Margarito Díaz por un (Consejo de Guerra), (al que no asistí por la firme creencia de que el conocimiento de este asesinato correspondía a la Jurisdicción Civil) por homicidio simple a doce años de prisión; hacia donde se encontraba el menor de los Hnos. Saíz Montes de Oca -Sergio, frente a la taquilla del mencionado Cine; queriendo registrarle a viva fuerza y al negarse éste, solicitando que se identificara y les dijera el motivo del registro, lo llevó, abusando de su superioridad física hasta la acera de la calle donde trató de pegarle. Su otro hermano el mayor -Luís que estaba en la esquina de las Calles Estévez y Rivera, enfrente de la Casa de Socorro, al advertir de lo que estaba pasando a Sergio, avanzó hacia el lugar de los hechos gritándole que no continuara abusando de su hermano y a pesar de que una vecina, la profesora Carmela Areces, le dijera al sujeto que revólver en mano esperaba a Luis, que «no le matara» que ese era el hermano de Sergio, le tronchó la vida de un certero balazo al corazón, (en el Consejo de Guerra, alegó que se le había escapado el tiro), volviéndose inmediatamente hacia donde estaba Sergio, haciéndole otro disparo, sin que éste no dejara de llamarle «asesino», has matado a mi hermano, hazlo conmigo también abriéndose la camisa y señalando su pecho de adolescente, (este otro disparo se le escapó al tirador certero Margarito Díaz), disparo mortal que le atravesó los pulmones.

La actitud del Cabo Zayas, cómplice y compañero del asesino, era la de impedir que nadie se interpusiera en la «acción bélica» que estaban realizando, por lo que pistola en mano intimidaba a los vecinos presentes que deseaban ayudar a los moribundos. No como agentes de la autoridad que simulaban representar canallezcamente, sino como asesinos a sueldo, escenificaron la escena horripilante de dejarlos en la calle, en los estertores de la agonía y escaparon, siempre a punta de pistola, en una desenfrenada carrera hacia el cuartel».

En este lugar no estuvieron más que los minutos necesarios para que el Jefe del Puesto sirviera de encubridor en vez de proceder como era lógico: Levantar las actuaciones de rigor y mandarlos a detener, los remitió al Regimiento Rius Rivera de Pinar del Río. Después se apareció en el lugar del crimen, con un gran despliegue de fuerza no para investigar los hechos y tratar de restablecer la justicia escarnecida, sino para amedentrar a los vecinos de esta Villa que en las aceras circundaban la Casa de Socorros y lloraban con nosotros la pérdida de nuestros hijos. El crimen se engalana con la vejación. El parte oficial publicado en todos los periódicos de La Habana, los hacían aparecer como «unos sujetos» que agredieron a la fuerza pública, al negarse a ser registrados y más tarde resultaron ser vecinos de San Juan  y Martínez. La prueba de todo lo contrario se demostró, a pesar de todo, en el Consejo de Guerra ya que no llevaban encima ni un cortapluma, ni habían sido jamás acusados ante los Tribunales de Urgencia de hechos terroristas o de infidentes».

Unos analfabetos, deshonraron el traje y las armas que le diera la República, para defender la vida y hacienda de los ciudadanos de este país o para probarlas en otros lugares de más riesgo personal no para enlodarlas en un asesinato.

Dr. Luis R. Saíz.
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